MASCULINIDAD
CONTENIDOS
• Masculinidad
• Construcción de la Masculinidad y violencia de género
• Crisis de la masculinidad
Masculinidad
Es el conjunto de atributos, valores, funciones y conductas que socialmente se atribuyen a los varones en el marco de una sociedad, cultura y época determinada. En nuestro país, como en toda América Latina, el modelo hegemónico de masculinidad se presenta como un esquema en donde el varón se constituye como esencialmente dominante. Este modelo sirve para discriminar y subordinar a la mujer y a otros varones que no se adaptan a él (De Keijzer, 1997). Dicho modelo caracteriza a los varones como personas importantes, autónomas, fuertes, sexualmente activas, racionales, emocionalmente controladas, heterosexuales y proveedores del hogar, entre otros atributos. No todos los varones expresan el modelo hegemónico de masculinidad, más bien lo que se observa son varios modelos, por eso se habla de las “masculinidades”, las cuales se van construyendo de acuerdo a las necesidades sociales y también por la interacción de “unos con otros”. La masculinidad adquiere diversos significados para el varón en distintas etapas de su vida. La sexualidad, el trabajo, la relación de pareja cambian si se trata de un adolescente, un adulto joven o un adulto mayor (Fuller, 2002) .
Robert Connell propone que las masculinidades responderían a configuraciones de una práctica de género, lo que implica, al mismo tiempo: a) la adscripción a una posición dentro de las relaciones sociales de género, b) las prácticas por las cuales hombres y mujeres asumen esa posición y c) los efectos de estas prácticas en la personalidad, en la experiencia corporal y en la cultura. Todo ello se produce a través de relaciones de poder, relaciones de producción y vínculos emocionales y sexuales, tres pilares presentes en distintas esferas de la vida social (familiar, laboral, política, educativa, etc.) y que resultan de gran fertilidad para el análisis de la construcción social de las identidades de género (Connell, 1995) .
Sabina Deza propone que el término Masculinidades se refiere a los modos como los hombres son socializados, y a los discursos y prácticas que se asocian con las diferentes formas de ser hombre. Plantea también que si bien existen múltiples maneras de ser hombre, nuestra cultura occidental todavía promueve un modelo de género que le otorga mayor valoración a lo masculino por sobre lo femenino, y que incentiva en los hombres ciertos comportamientos como la competitividad, la demostración de virilidad, la búsqueda del riesgo y el uso de la violencia en determinadas circunstancias.
La masculinidad no es una sola, sino que se crean y recrean distintos tipos de masculinidades en función de características personales y también de los espacios que los hombres ocupan en su entorno social, económico y político. Desde este punto de vista, si bien se puede identificar un tipo de masculinidad hegemónico, éste no necesariamente corresponde con el mayor número de hombres que viven en una sociedad .
De tal modo, comienza a circular la interesante idea de que los privilegios masculinos revisten una paradoja intrínseca, pues los hombres, exigidos a crecer y a mostrarse frente a otros como seres protectores, proveedores y poderosos (como seres prácticamente invulnerables), se sumergen en una suerte de blindaje emocional, de repliegue de un universo de sensaciones y se exponen continuamente a situaciones de riesgo que con frecuencia los ubican frente a escenas de violencia y de dolor (Kaufman, 1987) .
Sabina Deza señala también que la masculinidad hegemónica puede ser machista o no machista. El machismo es un conjunto de creencias, costumbres y actitudes que sostienen que el hombre es superior: es la figura más importante, dueño del poder y representante del ser humano. (“Su palabra es la Ley”). A la mujer se le ve como si fuera inferior al hombre. Debe conformarse con ser madre, cuidar a los hijos y cuidar al esposo. Se justifica así que gane menos dinero que el hombre y que esté marginada de cargos públicos. Pueden existir masculinidades que no sean machistas. Por ejemplo, las masculinidades que estén a favor de la equidad de género y en contra de todas las formas de discriminación y violencia hacia las mujeres, son masculinidades no machistas.
Construcción de la masculinidad y violencia
La identidad masculina -igual que la femenina- es una construcción cultural que se reproduce socialmente y, por ello, no puede definirse fuera del contexto en el cual se inscribe. Esa construcción se desarrolla a lo largo de toda la vida, con la intervención de distintas instituciones (la familia, la escuela, el Estado, la Iglesia, etc.) que moldean modos de habitar el cuerpo, de sentir, de pensar y de actuar el género. Pero, a la vez, establecen posiciones institucionales signadas por la pertenencia de género. Esto equivale a decir que existe un lugar privilegiado, una posición valorada positivamente –jerarquizada- para estas identidades dentro del sistema de relaciones sociales de género .
Diversas investigaciones sobre la construcción social de la masculinidad plantean la existencia de un modelo hegemónico que hace parte de las representaciones subjetivas tanto de hombres como de mujeres, y que se convierte en un elemento fuertemente orientador de las identidades individuales y colectivas. Este modelo hegemónico opera al mismo tiempo en dos niveles: en el nivel subjetivo, plasmándose en proyectos identitarios, a manera de actitudes, comportamientos y relaciones interpersonales, y a nivel social, afectando la manera en que se distribuirán –en función del género– los trabajos y los recursos de los que dispone una sociedad .
Entre los atributos de la masculinidad hegemónica contemporánea, estudios realizados en distintos países latinoamericanos coinciden en resaltar componentes de productividad, iniciativa, heterosexualidad, asunción de riesgos, capacidad para tomar decisiones, autonomía, racionalidad, disposición de mando y solapamiento de emociones –al menos, frente a otros hombres y en el mundo de lo público– (Viveros, 2001; Valdés y Olavarría, 1998; Ramírez, 1993, y otros) .
La identidad masculina no se construye a sí misma sino como parte de una relación “masculino-femenino”. Los hombres construyen su identidad masculina en dependencia de estos esquemas de oposición y en referencia respecto de lo que es la no-feminidad. De tal modo, ser un “verdadero hombre” es no ser mujer ni femenino (Badinter, 1993; Kimmel, 1997). En esta relación “masculino-femenino”, se encuentra una serie de falacias o preconceptos. Por un lado, esta dicotomía suele asociarse a dos polos de características opuestas. Por otro lado, este sistema de oposiciones binarias presenta una doble particularidad: no sólo se considera que las características más valoradas en el mundo occidental moderno coinciden con lo socialmente atribuido a lo masculino, sino que además se suelen crear estereotipos al considerar que hombres y mujeres efectivamente son así y no admiten rasgos del otro polo dentro de sí .
Para entender la forma en que se socializa en el modelo de masculinidad hegemónica hay que referirse al concepto de patriarcado , éste además de hacer referencia a una forma de organización social caracterizada por relaciones de poder, constituye además una manera de pensar y de actuar, que hace daño tanto a los hombres como a las mujeres. El patriarcado se sigue reproduciendo a través de las instituciones sociales. Ese proceso se llama socialización de género patriarcal y a través de él los hombres reciben mensajes y “encargos” específicos. En todas las sociedades patriarcales se han encontrado cuatro encargos básicos asignados a los hombres (David Gilmore, 1995 ) dice que estos son: Ser proveedor y algunos hombres creen que por ser los proveedores, las parejas deben hacer lo que ellos digan, algo así como: “Mientras yo sea el que traiga la comida a la casa, usted tiene que cumplir con lo que yo digo”; Ser protector: Con frecuencia los hombres manejan esta protección como control hacia las mujeres, procurando que sean dependientes de ellos y que demuestren que los necesitan. De esta forma, proteger es entendido por los hombres como una función que se cumple desde el poder; Procrear: Este encargo destaca la capacidad reproductiva del hombre, algo así como ser hombre es fecundar. La paternidad se constituye así en la base del patriarcado. De aquí surge el mito de que un verdadero hombre debe tener hijos, especialmente hijos varones; Autosuficiencia: Significa hacer todo solo y no necesitar ayuda. La más importante forma de autosuficiencia es la económica, pero también se extiende a otras áreas de la vida. No sólo los hombres aprenden estos encargos. Las mujeres también son socializadas para esperar y exigir esos encargos de los hombres, ya que precisamente en el patriarcado, la forma de crianza de los hombres es complementaria con la forma de crianza de las mujeres.
Otro investigador que trabaja el tema de la masculinidad hegemónica asociada a la violencia es Michael Kaufman (1999), quien propone las 7 P´s de la violencia de los hombres:
- Poder patriarcal.
- Percepción de derecho a los privilegios.
- Permiso: costumbres sociales, códigos legales permisivos y creencias que aceptan la violencia.
- Paradoja del poder de los hombres. Las formas en que los hombres han construido su poder social e individual son, paradójicamente, la fuente de una fuerte dosis de temor, aislamiento y dolor para ellos mismos.
- Armadura psíquica que la masculinidad.
- Masculinidad como una olla psíquica de presión.
- Pasadas experiencias.
Igualmente, en el ámbito nacional M.A. Ramos sostiene en relación a la construcción de la masculinidad hegemónica y su relación con la violencia que se socializa a los hombres con la idea de que ser varón es más importante que ser mujer. Son informados de su superioridad a través de:
- Captación de la importancia del padre en casa.
- Probable trato preferente sobre las mujeres.
- Captación en el medio, de la importancia de los varones y de las ocupaciones de ellos.
- Percepción, en los medios de comunicación, que roles protagónicos, de mando, son desempeñados por hombres.
- Aprende rol dominante: autoridad frente a mujeres y rol protector base de masculinidad.
- No mostrar debilidad, ni sentimientos en contra de objetivos de control: dolor, temor, ternura, afecto, compasión.
- “Insensibilidad masculina”: incapacidad de identificar estos sentimientos, menos de percibirlos en otros. Coraza hacia si y hacia los demás.
- Sentimientos no desaparecen. Se forma una vigilancia represiva desde el subconsciente: violencia contra uno mismo.
- El verdadero temor es ser avergonzados o humillados delante de otros hombres.
- Miedo a la burla de los otros, vergüenza ante actos aparentemente poco viriles.
- La violencia como un recurso para afirmar la masculinidad y para recuperar una identidad “superior”.
Crisis de la masculinidad hegemónica
Los “encargos” culturales señalados, vividos de manera extrema, son formas de mantener el poder de los hombres sobre las mujeres. Si un hombre siente que no cumple con esos encargos, siente que está en crisis su masculinidad y su identidad como hombre. Sin embargo, los cambios sociales actuales han llevado a modificar las cosas .
- La liberación femenina abrió el espacio de lo público para las mujeres, estas cada vez alcanzan mayores niveles de instrucción lo que las coloca en mejores condiciones que nunca para obtener cargos y posiciones de responsabilidad.
- La crisis económica y el desempleo, muchos hombres no pueden cumplir con el rol de proveedor.
- Debido a la incorporación de las mujeres al mercado laboral fuera del hogar, muchas mujeres son las que asumen el papel de proveedoras en su familia.
- Los procesos de independencia y autonomía de las mujeres hacen que muchas de ellas ya no necesiten un hombre que las proteja desde el poder y mucho menos desean un hombre controlador.
Por otro lado, los modernos anticonceptivos les quitan a los hombres la posibilidad de controlar la fecundidad de sus parejas, ahora la sexualidad de sus parejas escapa de su control. Hay una suerte de devaluación social de la tradicional figura masculina, la brecha entre su realidad y las expectativas sociales que provoca una verdadera crisis en las relaciones de género junto con un creciente proceso de conciencia tanto de hombres como de mujeres, de la importancia de un replanteamiento de los roles asignados socialmente para el bienestar de todos y todas.
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